Por primera vez entré en casa sintiendo miedo: no presencié tu aroma; ya no estaban esas flores que siempre fueron testigo de mi llegada. Mis ojos se apresuraban en buscarte y mi corazón perdía su ritmo… ¿Dónde estás?
Sentada en el sofá no hago más que preguntarme y las respuestas se suicidan por la ventana; empiezo a buscar lo guardado pero… ¡nunca guardé nada!
Me atrapo a mi cama pensando que ella tiene la culpa de tu ausencia; me arrimo a la almohada y esta vez sí que me contesta: me cuenta todos tus secretos; me cuenta todas tus penas.
Cojo tu guitarra y deslizo mis dedos por las cuerdas que un día me regalaron tus sonidos y empiezo a tocarte: esta nueva casa es más pequeña, me acostumbraré a vivir en ella, por las noches estaré pendiente de la puerta esperando como siempre a que tú vuelvas y con tu ausencia dormiré cuando amanezca. Corazón de mudanza…
Ahora sé que nunca te perdí porque nunca fuiste mío
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